"CONOCER A JES?S"

 

El texto de este domingo (Mt 16, 13-20) nos invita a reflexionar que como el apóstol Pedro la

Iglesia debe siempre confesar: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Acompañados con la

certeza que nos dio el Señor: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de

la muerte no prevalecerá contra ella (Mt 16, 18), la Iglesia entiende su identidad, vocación y misión

en la confesión de la persona de Jesucristo, su Señor y Maestro.

Creo oportuno recordar un texto del documento de Aparecida que se refiere a que la misión

de la Iglesia es evangelizar «En el encuentro con Cristo queremos expresar la alegría de ser

discípulos del Señor y de haber sido enviados con el tesoro del Evangelio. Ser cristiano no es una

carga sino un don: Dios Padre nos ha bendecido en Jesucristo su Hijo, Salvador del mundo» (DA

23).

«La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el

Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos

por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo

vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino, pidiendo

limosna y compasión. La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el

futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de

bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para

anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir

cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo

a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo» (DA 32).

«La historia de la humanidad, a la que Dios nunca abandona, transcurre bajo su mirada

compasiva. Dios ha amado tanto nuestro mundo que nos ha dado a su Hijo. Él anuncia la buena

noticia del Reino a los pobres y a los pecadores. Por esto, nosotros, como discípulos de Jesús y

misioneros, queremos y debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo. Anunciamos a

nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está

cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que

alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas. Los cristianos somos

portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras.

La Iglesia debe cumplir su misión siguiendo los pasos de Jesús y adoptando sus actitudes.

Él, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz; siendo rico, eligió ser

pobre por nosotros, enseñándonos el itinerario de nuestra vocación de discípulos y misioneros. En

el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre, y la de

anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en

el poder de este mundo. En la generosidad de los misioneros se manifiesta la generosidad de Dios,

en la gratuidad de los Apóstoles aparece la gratuidad del Evangelio.

En el rostro de Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por nuestros pecados y

glorificado por el Padre, en ese rostro doliente y glorioso, podemos ver, con la mirada de la fe el

rostro humillado de tantos hombres y mujeres de nuestros pueblos y, al mismo tiempo, su

vocación a la libertad de los hijos de Dios, a la plena realización de su dignidad personal y a la

fraternidad entre todos. La Iglesia está al servicio de todos los seres humanos, hijos e hijas de

Dios» (DA 29-31).

Junto al Apóstol Pedro que confesó a Jesús como Mesías, Hijo del Dios Vivo, queremos

como Iglesia ser testigos e instrumentos de evangelización y humanización en nuestro tiempo.

 

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo Domingo!

Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas.

Actualidad - 00:05 23/08/2020